En un deporte tan dichoso como el fútbol, los jugadores que ayer copaban portadas hoy apenas son nada. Ni rastro de tal o cual tipo que un día levantaba a la gente de su asiento. La inmediatez de la noticia queda amplificada si de meter la pelotita se trata. Una especie de espiral, donde el foco mediático disminuye en relación al escaso número de niños que hoy lucen orgullosos aquella camiseta, tiempo atrás, elevada a la categoría de tesoro.
En Villareal son muchos los que recuerdan con cariño a Guiseppe Rossi, delantero menudo pero con un talento innato para ver portería. Con sus goles no solo conquistó a una grada que venía de perder a todo un bota de oro como Diego Forlán, sino que lograría convertirse en uno de los mejores delanteros del panorama internacional.
Por aquel entonces varios clubes importantes tocaban a la puerta del italiano, hasta que un maldito 26 de octubre de 2011 en el Santiago Bernabéu, una rotura de ligamentos en su rodilla derecha le apartó seis meses de los terrenos de juego. Un duro calvario que no había hecho más que empezar, ya que a punto de alcanzar el tiempo estimado de recuperación, volvió a recaer de su lesión en un entrenamiento. Aquel duro varapalo le obligaba a pasar dos veces más por el quirófano.
Volver a sentirse futbolista
Sin ganas de rendirse y tras más de un año y sietes meses en el dique seco, Rossi, quien había aterrizado en la Fiorentina por una cantidad cercana a los diez millones de euros en enero de 2013, reapareció en la última jornada de la temporada pasada.
Sin embargo, la deuda no estaba del todo saldada para un delantero que no veía puerta desde que días antes de caer lesionado por primera vez, anotase un precioso penalti a lo Panenka. 695 días después por fin pudo tomarse la revancha merecida. Corría el minuto 14 del encuentro frente al Catania, cuando un pase de Cuadrado al corazón del área era controlado por el jugador italiano, que una vez ahí no perdonaría enviando el cuero lejos del alcance del portero.
Un cúmulo de sensaciones se amontonaron de golpe. Mirando al cielo y corriendo lleno de rabia, Rossi comprendió casi dos años después, que hasta el dichoso fútbol... da segundas oportunidades.